Había una vez un tanatorio recién inaugurado, alegre, como un niño con nichos, en vez de zapatos, nuevos. Lo habían construido con lo último (porque últimos también eran los momentos de los cuerpos que allí llegaban). Se le veían radiante, sofisticado, presumido, ricachón y dispuesto a contentar a todos los usuarios – por obligación, más que por devoción. – de aquel lugar. Y soñaba con sus futuros inquilinos. Se trataba de él: Tanati,-el tanatorio.
En sus lavabos, vería llorar a las familias de los libios rebeldes y los de Gadafi; allí llorarían a sus muertos, verían lo absurdo de sus peleas de hermanos y se lamentarían, sonándose con los pañuelos de papel, por haber involucrado a las madres y esposas de los soldados de la ONU. Las duchas nuevas, con algunos retoques de los especialistas norteamericanos, servirían para descontaminar a los japoneses afectados de radiactividad quienes, muy sobrios y honorables, velarían a esos héroes inconmensurables que, a sabiendas, recibieron dosis letales por salvar a miles de compatriotas.
A Tanati el tanatorio le riñeron. Le dijeron que se estaba distrayendo mucho. Que era un sádico y un macabro. Que tenía un trabajo como el de cualquiera y lo suyo era callar y obedecer. Y Tanati lo intentó. Desplegó una gran alfombra para que no hiciesen comparaciones con otros tanatorios de más solera. Trajo soportes para coronas, decenas de ellos. Habilitó una sala para familias y abogados, porque las cuestiones de herencias eran delicadas y no podían esperar. Puso hilo musical suave, que no molestase a los que iban allí a charlar…
La gente, mucho más contenta desde entonces. Pero, una lagrimilla surcó el rostro hecho pared de Tanati el Tanatorio: él pensaba que iba a ser testigo de las conversaciones más importantes del ser humano: el origen de la vida, el más allá; el propósito de nuestros días sobre la tierra; la mejor manera de ayudar al prójimo ante el dolor por la pérdida de un ser querido… Pero las conversaciones de fútbol, gastos, aparentar…, le parecían vacías. Tanai el Tanatorio. se tocó el corazón. Era la Capilla. Le dolía. Allí refugiado intentó una oración. Al fin pudo dormir un rato. Descansó en una paz que no pudo encontrar en las personas.
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