Solo con la luz de la fe y la meditación de su palabra divina puede uno conocer siempre y en todo lugar a Dios, «en quien vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28), buscar su voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres […] y juzgar rectamente sobre el sentido y el valor de las cosas materiales en sí mismas y en consideración al fin del hombre.
(Apostolicam Actuasitatem, 4)