Navegando un poco en la historia sinodal de nuestra diócesis he llegado al sínodo de 1891, cuya celebración tuvo lugar los días 12, 13 y 14 de julio de ese año. La publicación que contiene las constituciones sinodales es generosa en datos: además de la parte normativa y doctrinal nos muestra discursos inicial y final, una pequeña crónica del evento y relación de asistentes, entre otras aportaciones interesantes.
En lo referente a nuestra parroquia todavía éramos una feligresía de entrada, de «segunda división» digamos :), al lado de alguna otra que era de «ascenso»:
Ahora bien, nuestro párroco, don Juan Otero Martínez, que sí estuvo entre los asistentes al sínodo, era licenciado en teología, circunstancia no frecuente en los padres sinodales. Los canónigos y profesores del seminario solían ser doctores; la mayor parte del clero, si tenían título, eran bachilleres en teología; y una selecta minoría relucía su categoría de licenciados.
Vamos con textos. El tenor de la asamblea era más disciplinar que pastoral, según se entendía entonces para este tipo de acontecimientos y hemos mencionado en algún post anterior. Por eso el arzobispo Martín de Herrera destacaba el aspecto legal en su discurso inicial:
Y, conforme al espíritu de la época, el sínodo, formado solo por sacerdotes, se tornaba en ejército sólido y unido preparado para la lucha, para defender la fe, su pureza y eclesialidad contra el enemigo, tal como se menciona en la alocución final del prelado:
Ahora bien, aunque la distancia, temporal y de pensamiento, que nos separa de 1891 se me antoja enorme, el análisis de la realidad pastoral parece más cercano. Referido a la necesidad de un sínodo que garantice respecto y sumisión a la autoridad:
No ha perdido un ápice de actualidad 🙂
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