Cada vez que en nuestro Occidente ha florecido la renovación cristiana, tanto en el orden del pensamiento como en el de la vida (y ambos van siempre unidos), han florecido bajo el signo de los Padres [de la Iglesia]. Todos los siglos lo atestiguan -sería largo evocar su historia- y esta ley se cumple también en el nuestro. (…) Pero más que multiplicar los ejemplos, es preferible echar una ojeada al gran aggiornamento conciliar: el verdadero, aquel cuyas raíces están en la base de los textos promulgados, el que se realiza ante todo en profundidad, en una fe renovada, no la espuma que se mueve alrededor.
Henri de Lubac, Memoria en torno a mis escritos, 269-270
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