La primera cuestión que se planteaba era cómo comenzar el Concilio, qué tipo de misión era realmente la que había que atribuirle. El Papa había indicado sólo en términos muy generales su intención respecto al Concilio, dejando a los Padres un espacio casi ilimitado para la configuración concreta: la fe debía volver a hablar a este tiempo de un modo nuevo, manteniendo plenamente la identidad de sus contenidos y, después de un período en el cual nos habíamos preocupado por hacer definiciones quedándonos en posturas defensivas, no se debía condenar más, sino usar la «medicina de la misericordia». Había, ciertamente, un tácito consenso sobre el hecho de que la Iglesia era el tema principal de la Asamblea conciliar, que de tal modo reemprendería y llevaría a término el camino trazado por el concilio Vaticano I, precozmente interrumpido a causa de la guerra francoprusiana del año 1870. Los cardenales Montini y Suenens trazaron planes para un implante teológico de vasto alcance de las labores conciliares, en el que el tema «Iglesia» debía ser articulado en las cuestiones «Iglesia hacia dentro» e «Iglesia hacia fuera».
Joseph Ratzinger, Mi vida, 135-136
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