Señor Jesucristo, Hijo del Padre,
sacramento de la vida, pan de los peregrinos, […]
mira los espíritus que nos oprimen
y danos el carisma de discernimiento de los espíritus.
¡Qué propio de pentecostés sería este don!
Danos el conocimiento,
que se abona en el diario quehacer de que,
cuando te buscamos y deseamos,
el espíritu de tranquilidad, de paz y confianza,
de libertad y sencilla caridad es tu Espíritu,
y todo espíritu de inquietud y de angustia,
de estrechez y de plúmbea amargura es, a lo sumo,
espíritu nuestro o de la oscura profundidad.
Danos tu Espíritu consolador.
Sabemos que tambien en el desconsuelo, sequedad e impotencia psíquica
debemos y podemos serte fieles;
sin embargo, nos es lícito pedirte el espíritu de consuelo y fuerza,
de alegría y confianza,
de crecimiento en fe, esperanza y caridad,
de generoso servicio y alabanza de tu Padre,
el espíritu de tranquilidad y paz.
Destierra de nuestro corazón la desolación espiritual,
las tinieblas, la confusión, la inclinación a las cosas bajas y terrenas,
la desconfianza sin esperanza, la tibieza, tristeza y sentimiento de abandono,
la disensión y el sofocante sentimiento de estar lejos de ti.
[…]
¡Oh Jesús, envíanos tu Espíritu!
No te canses de darnos tu don de Pentecostés.
Aclara el ojo de nuestro espíritu
y afina nuestra capacidad espiritual
para que podamos discernir tu Espíritu de todos los otros.
Danos tu Espíritu para que de nosotros se pueda decir:
«Si mora en vosotros el Espíritu de Aquel
que resucitó a Jesús de entre los muertos,
El resucitará también vuestro cuerpo mortal para la vida
por medio de su Espíritu que mora en vosotros».
Es Pentecostés, Señor:
tus siervos y siervas te piden con la audacia que Tú les mandas:
Haz que también en nosotros sea Pentecostés.
Ahora y para siempre. Amén.
Karl Rahner, Oraciones de vida
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