Todos los abuelos gallegos llevan dentro un súper-héroe. Nunca agradeceremos lo suficiente a esa generación de progenitores y mayores, el legado y la entrega que han hecho a nuestra sociedad. El sudor, la energía, el trabajo y, en la inmensa mayoría de los casos, el cariño derrochado para que nosotros, sus “sucesores”, pudiésemos irnos enraizando en el planeta tierra, a comienzos del siglo XXI.
Acaban de contarme una de esas fascinantes historias cargadas de retranca, con la que un abuelo alecciona, casi sin querer, a la raza humana. Una clase magistral sobre la acera, sin título universitario, pero con la cátedra inconfundible que dan los años. Resulta que, durante un trayecto de autobús, sucedió una escena muy desagradable: dos hermanos, de unos 5 y 3 años respectivamente, se iban insultando sin parar, con palabrotas de medalla olímpica, ante la presencia de un padre desbordado. Los demás pasajeros se sentían incómodos. Pero allí, camuflado en un asiento, viajaba nuestro abuelo, Retrancator.
Me lo imagino dándole vueltas al asunto y comparando el acontecimiento con un archivo completo de sucesos semejantes de su propia vida. Pero Retrancator nunca actúa de modo precipitado. Espera. Como un francotirador que caza liebres en la estepa siberiana, camuflado entre la nieve; desde bastante lejos, para no perder detalle. El bus abrió sus puertas, como desahogándose de tanta tensión en su interior. Padre e hijos se bajaron allí, y Retrancator también lo hizo, sin llamar la atención en absoluto.
El momento estaba cerca. Cada “mochuelo” se dispersó poco a poco para dirigirse a su “olivo” correspondiente. Entonces, aquellos hijos y su padre se quedaron solos y Retrancator se acercó con elegancia y una sonrisa muy cordial, como quien lanza un anzuelo apetitoso para que piquen los peces. “Qué niños tan majos. ¿son suyos?” Retrancator bien sabe la respuesta a estas preguntas tan obvias, pero mientras carga el revólver de su retranca, envuelve la escena en un piropo amable y pegajoso.
“Sí, claro”. El padre mordió el cebo e incluso sonrió, ante la pregunta de un señor mayor tan simpático. Entonces, cuando aún duraba el efecto anestésico de la alabanza con que empezó la conversación, Retrancator mudó el rostro y sacó toda su energía de jubilado para gritar a la cara “¡Pois edúqueos, carallo!”. Y se alejó; sin prisa, cabeza alta, limpiándose la boca con el pañuelo; consciente de su golazo por toda la escuadra. Irrebatible. Aplastantemente lógico. Sin necesidad de explicación. Carente de cualquier tipo de resentimiento.
Los niños sólo entendieron que papá los agarró con fuerza para irse a casa. Si era un buen entrenador, trabajaría para el próximo partido. Además, si se quedaba, las admiradoras marujas de Retrancator, que habían puesto la oreja, le humillarían aún más. De hecho, ya se escuchaban algunos murmullos a cierta distancia: “pois o vello ten razón”; “e que é verdade, eran uns maleducados”, etc.
Historias como esta, hacen que me sienta orgulloso de los de mi raza. De los veteranos que sentencian para salvaguardar la ley y el orden y de aquellos que aprenden a sacar adelante a las nuevas generaciones. Hoy, cuando me acueste, dormiré mejor. Si Retrancator anda cerca, nada malo podrá suceder; ningún error quedará impune… Mientras haya humor, habrá esperanza.
Genial, como siempre.
ja.ja.ja. está muoy ben ,” el retrancador “, e que os mayores sempre teñen a razón , xa pasaron por moitas e a veces ainda que no nos guste escoitalos , sabemos que teñen a razón ,e temos que aprender moitas cousas de eles , sempre hay algún que sabe mais que nos , e ten que chover moito pra nos saber tanto como os abuelos , ¡ que pena éu admiro os abuelos , e non tiven a sorte de coñecer a ningún !
Buenisimo