Había una vez un apacible patio verde rodeado de casas, de esos que quedaron olvidados por alcaldes y constructores, en el corazón de la ciudad. Allí se iba a jugar Sofía cada tarde después de hacer los deberes. A Sofía le encantaban los pájaros. A los que venían al patio les puso nombre: El Cuco, El Faisán y el Sortu. El Torrente, el Iniesta…Nombres que escuchaba en las sobremesas de su casa… Piu, piu, cu-cu…
Fuera del patio se oía conversar a unos señores sobre cosas muy serias: mira, Anacleto, non somos nada; nada ¡non serás ti! Nós, non somos-aguas, a ver por qué teñen que ir alí a protestar… Sofía no entendía, pero le hacía gracia. Con un osito en la mano fue junto a su mamá. ¿qué lees mami? Leo un libro del Papa. Se titula Jesús de Nazaret. Claro, pensaba Sofía. ¿qué otro señor iba a ser tan experto en Jesús como el Papa? Eso sí lo entendía.
Mamá le explicó a Sofía que ella también podría leer algún día aquel libro, pero primero, necesitaba un añito o dos en la clase de religión del colegio. A la niña le pareció muy apropiado. Como apropiadísimo y automático juzgó el abalanzarse al cuello de su papá, que acababa de entrar en el patio. ¿Qué tal en Libia? Preguntó Sofía. La cosa está que arde, hija mía. A Sofía le encantaba cómo lo decía su padre.
Papá le contó que mañana iría a una manifestación en favor de la vida humana y le explicó a Sofía que ella debía dedicar muchas veces al día para agradecerle a Dios su propia vida. Porque algunos niños y niñas no fueron capaces de nacer. A Sofía, sus papás le parecían los mejores del mundo. Lo que le gustaba menos era el fútbol. No sabía por qué a partir de cierta hora, se iba a quedar sola en su patio. Todos al fútbol. Además, el barrendero que trabajaba tras el cierre siempre lo decía convencido: hay que ver cómo está el patio. Tenía razón. …
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