Había una vez un hombre llamado Robert, Robert Hillary. Un neozelandés de pura cepa. Tenía sangre inglesa en las venas, como la del viejo Capitán Cook, pero su familia ya había incorporado maoríes en el árbol genealógico. Y le parecía fenomenal. Contaba con orgullo cómo su abuelo había fallecido en la sangrienta batalla de Gallípoli o cuándo Hollywood vino a grabar las aventuras de Frodo Bolsón. Un día despertó bajo los escombros. Sabía mucho de montañas, pero la tierra crujió en Nueva Zelanda; no había sido cosa de kiwis.
En realidad, al Sr. Hillary no le extrañó el fuerte temblor. ¡Tal y como iba el mundo! Dio gracias a Dios por salir vivo del agujero y pensó que en Haití, no lo hubiese contado. En las antípodas, alguien recordaba a los verdes, poco ecologistas, del 23F. En tierra de Kiwis, gallegos esta vez, también sucedían cosas: Lucía, a Eurovisión; y las típicas dudas galaicas: ¿Caixa ou banco? ¿banco de cartos ou de sentar? ¿de pedra ou madeira? ¿pedra de porriño ou madeira de carballo? Infinitas preguntas para un “total, malo será”…
“En Nueva Zelanda somos más directos”, pensaba Robert. Aturdido por la gente que corría entre el humo, vio un periódico en el suelo. Al parecer, Libia aún temblaba más que su país. Le gustaba que la gente le echase un par de narices a la vida, como ese Jacques Fesch, de Francia, que se arrepintió de su asesinato y su vida “podre”, y ahora está en proceso de beatificación. O como la Aguirre y todos los enfermos que luchan con su cáncer. Lástima: se termina la primavera en N.Z.
A causa del terremoto, le venían muchas dudas a la cabeza. Por ejemplo: ¿valdría la pena seguir votando a “esos que son todos iguales”? Una idea fija se adueñó de su mente: “No huiría”. Tampoco esto era tan meritorio: con el petróleo por las nubes…
Tal vez nunca tendría una calle, como la de D. Manuel Espiña, en A Coruña, ni homenajes, como los 5 militares de Hoyo de Manzanares. Ni lujosas tartas de cumpleaños, como la de Paris Hilton en L.A. Pero un día se marcharía, igual que ellos; y no miraría atrás. Mientras, lucharía, como un hombre de honor, por su tierra, como hacen los misioneros, sin abandonar. Temblase quien temblase.
Pero vds . no se lo tomen muy en serio: una de tantas historias.
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