Había una vez una chica llamada Lucía. Un día se despertó con una inquietud: quería saber quiénes eran sus padres. Había sido concebida y alojada en un vientre de alquiler y era la hora de saber. ¿De dónde vino mi óvulo? ¿De qué señor era mi espermatozoide primigenio? ¿Hubo amor verdadero en quienes me engendraron? Alguien la tranquilizó: “Las respuestas irán, irán saliendo… Aunque, después de lo de Egipto, no sé si Irán…. Irán más adelante”.
Lucía consultó el oráculo de Internet y buscó personas de confianza: ¿Merkel? No, demasiado económica. ¿Berlusconi? No, algo más serio. ¿Bono? Hay 2, puedo confundirme. ¿Mouriño? Para lo que busco no, porque no ti ene abuela. Entonces vio en un periódico que el número de sacerdotes diocesanos aumentó un 4% este año y también los apoyos a la “X” en la declaración de la renta.
¡Sí, cómo no! ¡la Iglesia! En el fondo, ella siempre había defendido la dignidad de los no-nacidos. Todos lo hemos sido alguna vez. Alguien había estado ahí fuera para velar por Lucía, sin tapujos. Contracorriente, si fuera necesario. Decidió comenzar sus pesquisas en la embajada del Vaticano: “Oiga, por favor, ¿sir Paco Vázquez? Lo sentimos, ya no trabaja aquí… Vuelta a empezar.
Lucía se tiraba de los pelos sin encontrar solución. ¡Odio la ciencia! ¡Me escaparé al bosque, me alimentaré de hierbajos y viviré en una cueva! Luego se dio cuenta de que podía haber cuevas con hipoteca y máquina de refrescos, porque los bancos y la Coca-Cola llegan a todas partes… Se refugió en la parroquia y escuchó algo sobre el perdón. Y como Lucía no era tonta, entendió que convenía empezar por ahí. No enfadarse con sus padres y formarse bien.
Pero, vds. No se lo tomen muy en serio: una de tantas historias…
Deja una respuesta