Entró Jesús al Jordán con decisión
y se manchó de los pies a la cabeza
con los pecados de la gente.
El agua estaba negra de tanto pecado,
pero Tú entraste hasta dentro sin detenerte.
Y entonces se rasgó el cielo.
Bajaste hasta lo más bajo de nuestras miserias, penas y dolores.
Te humillaste hasta mezclarte con los pecadores
y aparecer ante el mundo como uno de ellos.
Te manchaste con todos nuestros pecados,
para compartir nuestro hedor espiritual.
Y entonces se rasgó el cielo.
Hasta entonces había estado cerrado.
Y fue precisamente al mancharte de nuestra basura
cuando se partió la cortina infranqueable de la bóveda celeste
y descendió suavemente sobre Ti la paloma de la liberación.
Y empezó a blanquearse el río de nuestros pecados
por la fuerza de tu puro y amoroso abajamiento,
mientras Tú explotabas por dentro con las palabras más altas:
«Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco».
Nosotros estábamos allí, misteriosamente.
Y empezamos a quedamos blancos a tu lado,
perfumadas nuestras almas con tu Espíritu,
hijos libres de Dios, liberados de las religiones del temor.
Y la tierra empezó a latir apresuradamente,
ansiosa de desembarazarse de las negras estructuras opresoras.
Y Tú nos diste el valor para la lucha,
valor para trabajar por la liberación universal.
Patxi Loidi, Mar adentro
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