No sé si su jefa sabe a quién tiene. No sé si le pagan bien. Pero nunca podrán recompensar con dinero la intensidad emocional que pone. Supongamos que se llama Toñi y que trabaja en una óptica de Lugo. Ahora, vamos a plantearnos el porqué de su protagonismo en unas líneas como estas.
Toñi se había formado en un hogar cristiano. Sus padres, humildes trabajadores, habían hecho todo lo posible para que estudiase y creciese como persona de provecho. Ella lo había conseguido, aunque en su interior, todavía faltaba algo. No debía ser un tema de amoríos, porque Rodolfo ya había aparecido en su vida. El noviazgo prometía y hacían buena pareja. Amor, trabajo, salud, hogar sano… ¿qué más puede hacer falta?
Dios nunca se cansa. Siempre propone pasos nuevos. Y hasta que se le responde, nunca queda tranquila el alma. Es posible silenciar su voz. Pero sólo cerrando la puerta de tu corazón. Sabes que está al otro lado, aunque cierras igual y te acostumbras a vivir por tu cuenta. Toñi no era de ese tipo de personas. Ella no vino al mundo para dar portazos y olvidarse. Quiere saber qué significa lo que siente.
Sentía, por ejemplo, que un nuevo paso se presentaba en su vida. El de acercarse más a Jesucristo. Escuchaba cosas sobre la vida del Maestro en cada Eucaristía, en cada canción, en cada libro que devoraba. Y su apetito no quedaba del todo satisfecho. Nunca podemos agotar esa fuente que es Dios. Quería saber más y más. Conocerle mejor y ver cómo aplicarse toda aquella sabiduría en su propia vida.
La boda de Toñi supuso un antes y un después. Lógico. Sin pretenderlo, marcó un hito encomendando su amor a Santa María, con una plegaria sencilla, pero tierna. Ahora espera a su hijo con la mayor de las devociones y un universo de ilusiones. De hecho, las benditas prisas y precipitaciones le llevaron a adquirir un nuevo coche, más grande que el anterior, para que todos cupiesen cómodos. Con las sillitas esas que ahora exige Tráfico.
Sus ojos siempre han desprendido unas chispas de sana curiosidad por la situación que una mujer como ella debe ocupar en la Iglesia. Esposa, madre, colaboradora… Pero hoy destaca el trabajo que ejerce en la “óptica”. Allí transcurre muchísimo de su tiempo. Es un trabajo que parece escondido, discreto, simple. Pero quienes conocemos a Toñi, podemos asegurar que lo convertirá en hilo de oro.
No habla mucho. No se la ve en cotilleos. Puede adivinarse que reza. Hoy en día estas cualidades son como los diamantes que adornan una diadema real. Me asustan las señoras de voz baja y abanicos, que entre ráfaga y ráfaga destripan al más “pintao” o descuartizan a una del grupo, que ha salido un momento para cualquier gestión.
La vida está hecha de personas sencillas que buscan ser felices. Hay más como ella en nuestra parroquia y en las otras. Pero no tenemos gafas graduadas del modo correcto para descubrirlas. Mi misión como párroco es cuidar los ojos de mis feligreses. Para ver la realidad con la retina de la fe. Para encontrar una persona auténtica con la que compartir la vida, si su vocación es el matrimonio. Para admirar a Jesús y empaparse de Él, si han de servirle en los hermanos. Para ver la mejor manera de asistir a todos. Por eso aprendo de la gente como Toñi. Y una parroquia entera se beneficia.
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