Cada vez que veo una etapa de alta montaña en el Tour de Francia, no puedo contener las lágrimas. Me parece algo tan épico y tan heroico, que entro de lleno en la imagen y vibro por dentro. La respiración se corta. Los ojos se humedecen. Y el corazón se acelera. Esta última subida al Tourmalet fue otra apoteosis. El mano a mano entre Contador y Schleck, me dio mucho que pensar. Sólo escribiré algunas consideraciones.
1.- Estos sí que son deportistas de otra pasta. Llevan el cuerpo humano a unos límites que parecen sólo sostenibles a base de sustancias prohibidas. Son unos “currantes”.
2.- Unas declaraciones tras una etapa: “me voy encontrando mucho mejor y ya puedo sufrir sobre la bici como antes, que es lo que a mí me gusta…” ¿A quién puede gustarle sufrir? Sólo un ciclista sabe que esa es la única manera de alcanzar metas elevadas, lejanas. No sufren por gusto. Lo genial, es ir consiguiendo objetivos. Como en la vida. No debiéramos perder nunca la ilusión por mejorar y optar a los grandes ideales. El cielo es uno de ellos. Una vida buena, también. En el fondo, son lo mismo.
3.- En una etapa, la cadena del luxemburgués falló. El español no le esperó… Polémica. Pero luego observamos dosis de prudencia, disculpas, declaraciones resaltando la amistad… En las mejores familias existen las “trapalladas”. Lo difícil es encauzarlas. Este Tourmalet del 2010 deja dos imágenes fuertes: el diálogo entre dos corredores en la subida (tal vez un: “oye, no voy a tirar yo todo el rato en cabeza…”); y una victoria de etapa sin cosas extrañas: el que trabajó, que cobre su triunfo sin complejos y sin caprichitos de niño por parte del rival. Fue como si ninguno hubiese perdido.
Creo que con cada pedalada recuerdo mi propia vida. Por eso lo de la emoción. Tantas veces la jornada se parece a una etapa de alta montaña… Sabes que todo no es llano. Cuentas con escaladas, rivales, niebla, calor sofocante, ritmo elevado, velocidad y menos avituallamiento del que te gustaría. Pero ahí estás tú. Subido a tu bicicleta. Tratando de poner un ritmo, la “marcheta”, que diría el maestro Indurain.
Y algún loco corriendo a tu lado, en plena ascensión, para gritarte en la oreja. Porque esos gritos, aunque nadie duda de su buena intención, a veces resultan peligrosos. Toda pastelosa adulación es un engorro. Para los consejos, tampoco es el mejor momento. Menos mal que uno no suele hacer mucho caso y “tira”.
Eso sí, luego están los de tu equipo. Los que te han preparado la ascensión desde hace muchos quilómetros y que se han quedado un poco atrás, agotados, escondidos, porque tampoco van a hacerlo todo. Éstos son la familia, los buenos amigos. Pensar en ellos es cobrar nuevas fuerzas. Su voz resuena en el “pinganillo” que ahora llevan los de la bici: el auricular ése. Es la mejor banda sonora.
Si algún día llego a los Campos Elíseos del cielo, me gustaría que fuese así. Después de haber sudado la gota gorda. Tras haberme aflojado un poco la cremallera del maillot para que mi cadena-escapulario pudiese mostrar quién me cuida de veras. Para levantarme del asiento y agarrar con fuerza el manillar, impulsándome un poco más. Sabiendo lo que es un trabajo en equipo, un puerto de primera categoría, o un cambio de ritmo al que adaptarse. No sé si me he explicado. Sí sé que volveré a llorar ante otra etapa de montaña en una vuelta ciclista. Y aprenderé para mi propia vida.
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