Algunos de tus hijos son unos “pelotillas” cuando te llaman Santidad. Reconócelo. Son ésos que darían un brazo o una pierna por ver cómo se cuadra la Guardia Suiza si les ascendieses a trabajar en el Vaticano, por ejemplo.
Pero esta última temporada van a por ti. Te quieren machacar. Tirarte barro, si pudiesen, para que tu sotana blanca se manchase entera. Lo de la pederastia es una mera excusa. No quieren al cabeza de los católicos ni a su familia.
Por eso, los que nos consideramos tus hijos, hoy te escribimos para apoyarte. Tal y como somos, nos echarían de cualquier club, sociedad o familia sensata. Tú no nos echas, como Jesús. Eres padre y estás ahí.
Quisiéramos vivir aún más cerca en esta Pascua. Saborear contigo la alegría de la Resurrección del Señor. Rezar junto a ti, comer juntos y celebrarlo con un buen postre; charlar un rato; escuchar música y reír en alemán, que es más sonoro.
Ten por seguro que la distancia no es el olvido. Nos has dicho que vendrás a Compostela. Ya te esperamos ansiosos. No nos moverán. Roma, Jerusalén, Santiago… nuestros cimientos son fuertes, ánimo.
Para que sigas escribiendo sobre cuestiones que comprendemos; nos gusta. Para que luches por la unidad entre los cristianos. Para que defiendas a los débiles. Para que nadie nos acobarde cuando defendemos el amor matrimonial más puro. Para gritar que África aún existe y que se podrían repartir mejor nuestras riquezas.
No es cuestión de escribirte un “rollo” de carta. Se trata de que nos sientas cerca. Muchas veces no sabemos qué hacer y dejamos el asunto en manos de Dios; como hacía el Maestro. Pero sí sabemos con quién: con el Dulce Cristo en la tierra. Y ese eres tú. Luego entonces: ¡que se mueran los feos!
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