Estos días nos acompañan un grupo de catequistas muy especiales. Una especie de “Geos”, que el Espíritu Santo ha ido entrenando para la evangelización de este siglo XXI. Los martes y los jueves, a las 20.30 en el local de la Asociación San Blas, nos explican cómo la fuerza del Amor de Dios ha transformado su vida. Ellos nos hablan de un camino Neocatecumenal, por el cual avanzan felices muchos cristianos del mundo.
Para mí son toda una bendición. Claro que alguna o alguno podrá decir: “ya; qué otra cosa iba a decir el cura”. Pero no lo digo de memoria. De hecho, el día que son estas catequesis, me gusta cerrar los ojos cuando rezamos al comienzo de la reunión. Pido a Dios que hable allí esa tarde. Y cuando vuelvo a abrir los ojos, Él ha venido. No sólo para escuchar cómo intentan describirle, sino porque se le nota un compromiso de no abandonar nunca a estos catequistas; ni en Sigüeiro, ni dondequiera que vayan.
Les considero unos enviados, sí. Pero quiero aclarar que no son unos “Bin-Laden” de la vida. No se trata de una secta. A mis “orejas” de cura, ya llegó el rumor de “mmm… unas personas que vienen a mi casa con una estampita de la Virgen a invitarme a unas charlas”. Sorpresa, sorpresa. Que a un cristiano se le ocurra timbrarte en plan apóstol, o está loco, o te quiere con locura: para te dé vida Quien venció a la muerte.
Suelen comenzar por contarnos su experiencia. Es la historia de cualquier persona. Hasta que el Maestro de Galilea se cruza con ellos en uno de esos lugares del camino, lleno de indicadores hacia todas partes. Se encontraban perdidos o desencantados y allí estaba Él. Era justo lo que habían estado buscando. Les indicó una ruta especial. Pero ya no era cuestión de por dónde ir. Eso daba igual. El secreto es que ahora ya no “patearían” en solitario. Todo tenía sentido.
Cuando nos cuentan que a Sigüeiro han venido “por si surge”, algo se me estremece en el alma. Primero porque suena a “cita”. En el argot de los enamorados es frecuente no poner barreras al amor “es que, si surge…”. En segundo lugar, porque significaría muchas agallas e inmensa gracia de Dios. Dicen que a los primeros cristianos del mundo, se les distinguía por lo mucho que se amaban. Por esa “piña” impresionante que formaban entre ellos. Eso es lo que nos han venido a explicar.
¿Y cómo se hace eso? Es la pregunta de quienes hemos venido a aprender junto a ellos. Al parecer, una vez más, María tiene la respuesta: diciendo que “sí”. Formar una comunidad en la parroquia que brille con luz propia. No para aislarse y excluir al resto, sino para dejarse la piel testimoniando que Dios está vivo en medio de ellos. No con idea de apropiárselo, sino para contagiarlo. Como el núcleo de un átomo, cuya fisión genera tanta energía, que todos pueden tener luz. No está de moda hablar de Dios, lo sé; aunque pongamos anuncios en los autobuses. Pero sí está de moda pelear “a muerte” por encontrar nuestra felicidad. Tucho, Paco, Teresa, María o Raquel no tienen todas las respuestas. Pero harán que te hagas las preguntas necesarias. Sabrás por qué vivir.
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