Me da pena que llamen. Y no es porque no quieran, lo sé. Es porque no saben. O porque les da miedo. Un antiguo Rector que tuve, decía en la parroquia: “¡no os fiéis de vuestra familia! Pedid un sacerdote a vuestros amigos, si hace falta.” No sé si es para tanto. Algo podemos saber: cuando uno está enfermo, a Dios le encanta caerse por allí.
Existe un sacramento que no está pensado para cuando te vas a morir. Sirve para fortalecer la fe, que puede romperse con el dolor físico. Sirve para el perdón de los pecados cuando la enferma o el enfermo no pudo confesarse. Si Dios ve algún provecho y al paciente le conviene, puede llegar a sanar. Y conforta siempre, porque en el lecho del sufrimiento lo más reconfortante es saber lo mucho que se nos quiere. Ese sacramento es la Unción de Enfermos, pero la ambulancia del 112 no lo lleva.
Puedo llegar a comprender que un hijo o una hija tenga miedo de proponerle a su papá o mamá enfermitos, que reciban al sacerdote. No vaya a llevar un susto de muerte nuestro ser más querido. Pero el susto que puede darrse es aún mayor si nadie le recuerda que, ante las dificultades actuales, necesitamos a Jesús, al Hijo de Dios.
Lo digo también por mí: si la enfermedad me sitúa ante el riesgo de morir ¡llama al sacerdote! Lo necesito para poner al día con Dios la contabilidad de mis pecados. Si estoy hecho polvo y sufro física o psíquicamente, ¡llama al sacerdote! No dejes que me vuelva loco buscando mil razones y posturas de alivio. A ver cuándo comprendemos que la medicina es una ciencia que ha progresado mucho, pero no es Dios. Ella no ama.
En un velatorio, ante las escenas dolorosas de la pérdida, un matrimonio me cogió aparte. Parecían serenos. “Mire, en el hospital avisamos al sacerdote; le administró la Santa Unción y ya quedamos más tranquilos. Esta persona también.” Cuántos agobios quitan los sacramentos, pensé. Ese día yo también respiré un poco más aliviado. Como párroco, no me resulta indiferente el que mis feligreses vayan al cielo o al infierno cuando mueren. Por eso cuando me dan una grata noticia de este tipo, aumenta mi confianza en que Cristo está al otro lado del túnel con el comité de bienvenida. Siempre le digo que no tenga prisa en llevarse a mi gente, porque los necesitamos. Pero también sé que no voy a quedarme en esta tierra más de lo necesario.
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