La vida de un cura gira alrededor de la Eucaristía. Por eso al Padre Casares, tarde o temprano, lo encontramos celebrando Misa en la parroquia, o antes de comenzarla, o llegando a la sacristía tras haberla finalizado. Para eso hemos sido “diseñados”. Aunque no es sólo cosa de curas.
Jesús vuelve a subirse a la Cruz en cada Eucaristía. Como si supiese lo pronto que olvida el ser humano. “Vuelvo a hacerlo por ti”, es como si nos dijese a cada una y a cada uno. Ahora ya no sangra, pero el Señor se sacrifica otra vez. Porque amarnos como somos, una y mil veces, tiene mucho de sacrificio.
En cada Eucaristía, el propio Jesús alimenta y une a los cristianos. Él mismo se hace presente y se produce el “daltonismo espiritual”: lo que parece pan y vino es el Cuerpo y la Sangre del Señor. Una parte de la Misa resulta como el cohete de inicio de los sanfermines: la Consagración. Desde ese momento, Jesús empieza a estar presente.
Si vamos a comulgar, guardaremos en el alma al Invitado que todos quisieran recibir en casa. Debería entrar por un arco de triunfo, pero se conforma con nuestra boca. Nos funde con Él en un abrazo, al tiempo que nos comunica su vida íntima y la vitalidad de su gracia. Somos otra persona. Mucho más que un animalito que piensa.
Por eso en la Santa Misa lo importante no es que vayas o dejes de ir. La clave es que Dios está allí. Cierto como que respiras. Si vas a recibir la visita de Cristo al comulgarle, lleva un traje limpio, el que visten en el cielo: sin pecado mortal (repasa qué significa eso). No comas nada una horita antes, como quien se comería las uñas en la estación, aguardando a su amor que llega, pero se contiene, porque hasta sus dedos quiere hermosos para recibirle. Trae su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad. Tú y yo no podemos aportar tanto. Aunque, tal vez, nuestra presencia le consuele.
En la parroquia, coincidiendo con la Navidad, hemos presentado una nueva Cuna. Se llama Sagrario. Por fuera no ha cambiado, pero por dentro, lo hemos adecentado “como Dios manda”. Me entristecía pensar que Pixie y Dixie pudiesen rondar los copones donde se guarda la Eucaristía. Sin cutreces, el amor al Señor crece.
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