2. María, un símbolo cristiano.
La mariología cristiana constituye el descubrimiento y cultivo creyente (consecuente) de la hondura simbólica de la historia de María. Para los creyentes cristianos, María es más que una persona del pasado, más que objeto de argumentación o prueba discursiva; ella es elemento constante de la confesión cristiana, que la introduce en su credo, diciendo que ella es Madre del Hijo de Dios.
2.1. El punto de partida: los datos bíblicos. Como he dicho, María fue una mujer galilea y judía de comienzos de nuestra era. Todo lo que ha vivido y sentido ha de entenderse en ese fondo. (a) Fue esposa de José y madre de Jesús, un pretendiente mesiánico judío. La tradición de Mc 6, 1-6 supone que tuvo más hijos e hijas. (b) Mantuvo relaciones complejas con Jesús y parece que al principio no aceptó su medianidad (cf. Mc 3, 31-35; 6, 1-6). Pero el conjunto del Nuevo Testamento añade que ella se integró en la iglesia o comunidad de los discípulos de su hijo, entre los que jugó un papel importante, como muestran, sobre todo, Lc 1-2 y Jn 19, 25-27 (con Hech 1, 13-14). Ésta es la base de la mariología. (c) Sobre esa base han de entenderse las diferencias posteriores. Pablo no alude a María, aunque dice que Jesús «nació de mujer» (Gal 4, 4). Marcos la vincula, de un modo que parece crítico, a la comunidad judeo-cristiana (Mc (Mc 3, 31-35; 6, 1-6), aunque es posible que la presente a los pies de la cruz, acompañando a su hijo en la muerte y en la experiencia pascual (cf. Mc 15, 40.47; 16, 1). Los evangelios de Mateo y Lucas (Mt 1-2 y Lc 1-2) han desarrollado el tema del nacimiento virginal, confesando, en un plano de fe, que María ha concebido a su hijo por obra del Espíritu Santo. El evangelio de Juan no se preocupa por el nacimiento humano de Jesús, pero presenta a María como madre mesiánica del Cristo y como figura importante en la Iglesia (Jn 2, 1-11 y 19, 25-27).
2.2. La transformación en y por la piedad popular y la reflexión teológica. El imperio romano había alcanzado su cumbre política, unificando, de algún modo, la ecumene. Externamente podía mostrarse invencible, como apareció en la guerra contra los judíos (67-70 d. C.) y en la superación de las crisis posteriores. Sin embargo, las señales de crisis y ruptura podían observarse por doquier, tanto en el juicio durísimo del Apocalipsis (el Imperio-Bestia sería muy pronto destruido), como en los gestos de huída interior de los gnósticos. Muchos buscaban seguridades interiores y sociales, vinculadas a la Diosa o a los cultos orientales de salvación (vinculados sobre todo a Mitra). Es evidente que ese contexto no es suficiente para explicar el despliegue del signo de María, Madre de Jesús, pero ayuda a interpretarlo, pues resultaba necesaria o más urgente, una figura que ofreciera seguridad y confianza desde abajo, sobre la base de la misma vida humana, oponiéndose a los grandes desvalores oficiales del Imperio que parecía desintegrarse. Aquí se introduce el mensaje y proyecto mariano del evangelio, de manera que, al lado de Jesús, se va elevando la figura de María, como signo de humanidad cercana, de maternidad fiel, de acogimiento y ternura. Por otra parte, aunque la veneración mariana esté muy vinculada a la piedad popular de los cristianos, ella ha sido poderosamente influida y modelada por la estructura social y dogmática de la misma iglesia, que superó una gran crisis de rechazo y exclusión apocalíptica, para presentarse como sociedad alternativa, como única institución estable del imperio (desde el siglo IV d. C.). De esa forma, la misma mujer perseguida y madre de perseguidos (cf. Ap 12), que había sido rechazada por la gnosis, puede convertirse en Mujer emblemática y figura sagrada de carácter oficial.
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