Navegando por internet he encontrado una página muy buena con materiales litúrgicos y catequéticos: http://www.juanjauregui.es/. La he puesto en los enlaces de la derecha. En ella he encontrado una texto muy bonito que cito a continuación:
«Esta es la historia de un muchachito que tenía muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta.
El primer día, el muchacho clavó 37 clavos detrás de la puerta. Las semanas que siguieron, a medida que él aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos detrás de la puerta. Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos detrás de la puerta.
Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día. Después de informar a su padre, éste le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra dominar su carácter. Los días pasaron y el joven pudo anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta… Su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta. Le dijo:
– Hijo, te has portado muy bien, pero mira todos los agujeros que hay en la puerta. Ya nunca será como antes. Cuando te peleas con alguien y le dices algo malo, le dejas una herida como ésta. Puedes clavar un cuchillo a una persona y luego retirárselo, pero siempre quedará la herida. Poco importa cuántas veces te disculpes; la herida permanecerá. Una herida verbal (un insulto, hablar mal de los demás…) hace tanto daño como una física (que si le dieras un mamporro…)
Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves.
Dad esta historia a cada amigo que tengas, y a tu familia. Y decidle hoy me han dado esta historia en la Catequesis y ahora te la paso a ti.»
Por favor, perdóname si alguna vez dejé una cicatriz en tu puerta.
Deja una respuesta