¡Mira que se pasaba mal en los pueblos antes del alumbrado público! Todo a oscuras, un poco de frío gallego y sonidos misteriosos e intrigantes que se despertaban para charlar con nuestra imaginación. No la dejaban en paz. Pero la Noche de Pascua es especial. Cálida, familiar, pacífica, alegre… luminosa y radiante.
Es una ceremonia larga. Pero su grandeza se vuelve espectacular con el paso del tiempo. En la hoguera de donde brota el fuego del cirio, vemos el futuro cargado de esperanza. Mientras caminamos hacia el altar repartiendo luz, nos sentimos herederos del acontecimiento más grande del universo infinito y más allá. Al recordar en las lecturas cómo fueron salvados nuestros padres, vemos que ese rescate se contagió a nuestra propia vida. Al abrir las tinajas del agua bautismal, sabemos lo necesario de un chapuzón en la gracia de Dios que limpie nuestras miserias y limitaciones. Al confeccionar la Eucaristía, le tenemos delante ¡resucitado! ¿No entienden nada? Yo tampoco, no se preocupen. Debe ser un síntoma de esos de enamorado, como los que parecen “alelados” ante su amorcito, pichoncito, y no se enteran de ninguna otra cosa. Y perdida la noción del tiempo, pero necesitados de seguir celebrándolo, la parroquia invitó a una rosca pascual y un “buchito” de sidra en los locales de la asociación San Blas. Es una noche de primera; no es una noche cualquiera; me da vida resucitada, ay que noche tan sagrada, tolón, tolón; tolón, tolón… Sigue pareciendo el sonido de los cencerros y por eso piensan que los cristianos nos hemos vuelto locos; pero lo que suenan son las campanas de todas las iglesias del mundo, hasta que aprendan a gritarlo nuestras “campanillas” y la alegría se nos escape en forma de canciones, como las que cantan los ángeles en el cielo.
Deja una respuesta