Muchos piensan que la fuerza y la violencia bien orquestadas y planificadas, pueden traer orden, control y poder tranquilizador a la tierra. Pero la Cruz nunca podrá salir de los astilleros de Ferrol y Fene, como el buque Juan Carlos I. Porque la Cruz está hecha para otra guerra distinta, la que conquista corazones.
Sobre la cruz gigante de palo pusimos una corona trenzada de espinas que nos trajo el pequeño y alegre Manuel, hijo de Juan. Una auténtica obra de ingeniería que nos volvió melancólicos. Nos gustaría tener ya a nuestra Madre Dolorosa, preparada para acompañar al Cristo Flagelado y llevado al “matadero”. Ella quiere, pero aún no estamos preparados para sacar su Paso e impedir que se derrumbe con el sufrimiento por su Hijo. Santa Eufemia se le acercó desde su altar, porque también sabe de tormentos. Las dos miraban hacia la Cruz. El último acto del día fue el Via Crucis, preparado por los jóvenes de confirmación más audaces. Las láminas de las escenas, los cánticos para rezar dos veces en vez de una sola, que nos sabía a poco o los musculosos muchachos que transportaban la cruz, nos hicieron revivir el núcleo más firme y amoroso de la historia de la humanidad. Alguien lloró suavemente en el cielo. Y con una lluvia tan tierna, terminamos las estaciones dentro de la Iglesia, como para recogernos y hacer propósito de no ofender al Dios que tanto apego siente por nosotros.
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