
Un poder cósmico parecido comienza a explosionar en el interior de una célula. ¿Así te quedas más tranquilo, pensando que se trata sólo de una célula? Bueno. Para mí está llena de vida. Si los millones de “midiclorianos” eran los responsables de la Fuerza que circulaba por toda la galaxia, los soldaditos del material genético ya han empezado su trabajo en los primeros instantes de una concepción.
Voy a pronunciar la palabra sólo una vez: A-BOR-TO. Ya está. Es que, ¿saben?, me suena a palabra de programa rancio de televisión. De esos de después de comer: los culebrones y culebrillas de lengua viperina, también llamadas víboras. Allí escuchas de todo, con el riesgo de quien se atreve a comer el jamón York caducado de nevera que ya está verdoso y no huele muy bien. Prefiero la palabra VI-DA. Y ahora una historia.
«Cierto día, un pesado de turno, uno de esos que llevan remolque y troncos, me regaló un reloj. Era feo (el reloj). Además tenía que guardarlo. Me daba mucha vergüenza guardarlo en casa, porque mi madre cuando limpia es como Jessica Fletcher en “se ha escrito un crimen”: lo encuentra todo. Fui un temerario. La balleta-detector de mi madre no tardó en encontrar el reloj bajo una tonelada de ropas variadas.»
A veces uno no proyecta las cosas. Ni las personas que van a venir: sean de las que llaman al timbre, o sean de las que uno hace aparecer por timbrar en un momento de pasión. Pero el que nosotros seamos precipitados, pasionales, imprudentes, impulsivos o fogosos no debería impedirnos amar las fuentes de la vida. Lo que pasó, pasó. Estoy seguro de que preferiríamos usar una máquina del tiempo a una cuchilla. La historia continúa:
«Hube de aguantar el chaparrón acerca de la fealdad y del gusto de las personas que conozco. Y además el interrogatorio pertinente: procedencia, destino, centro comercial en donde podían sellar la garantía. Pero la perspicacia de mi madre me abrió la mente: “¿lo quieres?”. “No”, respondí. “Pero déjame. Si quiero tirarlo, lo tiro. Estoy en mi derecho, que para eso me lo han regalado a mí”. “Puedes regalarlo, hombriño.”»
He aquí un razonamiento de madre ejemplar: ¿por qué privar a otro de un regalo? Tal vez lo haya estado buscando desde hace mucho tiempo. Al menos tu detalle. Además para gustos, ya se sabe. Hay cuadros que a los ojos “desentrenados” y “zafios” de los sencillos nos parecen garabatos; o insultos, los que se pintan en días tenebrosos del artista. Pero siempre habrá quien los admire, por alguna razón desconocida y brillante.
Podríamos (es que somos varios) razonar mucho más con ustedes nuestra preferencia por la vida de un niño frente a su desaparición. Un “pater” no engendra. Pero aguanta a los críos de muchas familias y, después de todo, no le gustaría que hubiesen eliminado ni siquiera al más traste. Va una pregunta: ¿cada vez que se concibe se ama? Creo que a un niño le hubiese encantado que sus padres se amasen de verdad, sin trampas y llegar al mundo por la puerta grande. Y de venir por la de atrás, no debería perderse esos azotitos de la enfermera, para cuando sea travieso, y abrir los ojitos luego, sin prisas.
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