Algunas veces me he preguntado cómo nos ve Dios. Para Él debe ser divertido. Le gustarán nuestros esfuerzos y el cariño que nos tenemos. Porque el ser humano tiende a agruparse. Una parroquia es muy variada. Se compone de unidades más pequeñas. Y en cada época esas unidades cobran una forma distinta en cada época. A ver si coincide nuestro análisis o si se ven reflejados en él.
Es un día como otro cualquiera para analizar los diversos géneros humanos que pueblan esta parroquia. No los conozco a todos, pero hablaré de los que han terminado su etapa de hibernación en las cuevas que les mantienen lejos de Dios y se han acercado de alguna forma a Misa, a la catequesis o a la Iglesia.
En primer lugar citaré al grupo de las “animadoras”. Dicho así, uno podría imaginarse a esas chicas tan guapas que en el descanso de un partido salen a la pista con sus pompones gigantes y sus minifaldas a plasmar una coreografía peculiar, con saltitos de muñeco de cuerda y con una sonrisa de mil dólares. Pero no, estoy hablando de ese maravilloso club de “fans” que asiste diariamente a Misa. Por supuesto, su indumentaria es mucho más decorosa y elegante. Su belleza, en cambio, es superior. ¿Saben por qué? Porque su secreto está en el interior. Por fuera ya llevan las cicatrices de quienes han peleado mucho contra los achaques y los nervios. O de quienes han cargado a cuestas con los problemas de varias generaciones de sus hijos o nietas. Debe ser la fuerza de la Comunión que las mantiene como una rosa. Personalmente, las admiro.
Otro grupo simpatiquísimo son los niños y niñas de Primera Comunión. Reconozco que, muchas veces, me trago la risa ( porque es más divertido seguir con ellos la conversación muy en serio, como si se hubiese tratado de la cuestión más científica del mundo) cuando sueltan alguna de sus genialidades. Como todavía no manejan mi nombre del todo, su maravilloso espontáneo les hace decir cuando tienen alguna duda: “¡oye, cura!”. Varios aún están en la edad del “¿y por qué?”´. Y le convierten a uno en la persona más feliz del mundo. Ojalá no hubiésemos crecido nunca, ¿verdad?
Los mayores de 18 años me resultan más… cómo diría… es como si fuesen cargados de recovecos y trastiendas variadas. Cuando los ves a todos juntos y tocamos algún tema, no sabes del todo lo que llevan por dentro. Aunque te haces una idea. Creo que acierto si digo que se trata de personas muy “de vuelta” de todo. No en mal plan, sino que ya han vivido muchas experiencias. Hoy a esas edades se ha hecho ya hasta “parapente” y viajes por Europa en el Interraíl. Los de aquí parecen más bien caseros, pero no hace falta irse lejos para haber visto mundo. Pero, ¿saben qué? Cuando uno habla con ellos más en particular, de tú a tú, son personas con un montón de riqueza interior. Es como si hubiesen acumulado cosas, esperando a que hubiese alguien que pudiese recoger todo eso. Esperando tal vez a interpretar todo lo que les ha sucedido. Sus ganas de vivir a tope dan vértigo. Les gusta la gente auténtica. Estarían encantados de pelear por ser así de genuinos, pero se sienten “castrados” muchas veces. Como si la sociedad en la que viven no fuese capaz de cuidar de ellos. ¿No saben cuidarse? Creo que sí. Pero hablo de eso que necesita todo ser humano: Alguien capaz de dar cariño sin fallar, de quien poder fiarse. Hoy ya es mucho que quieran confirmarse. Pero presiento que su búsqueda no ha hecho más que empezar.
La pandilla de Perico y los Javieres. Son los “machotines”, que diría mi abuelo. Con un teléfono móvil, un balón y una víctima para “vacilar” ( pacíficamente), se convierten en las criaturas más felices del mundo. Reconozco que son capaces de convertir en unas santas a otras 3 ó 4 chicas que están con ellos en el mismo grupo de confirmación. Se sienten atacados por las asignaturas del colegio y su adicción al deporte corre serio peligro porque si suspenden muchas… ¡se acabó! Se caracterizan por tener un corazón de oro y un despiste considerable. Son bastante mimosos y melancólicos. Es muy edificante y divertido presenciar un partido en el que juegan al fútbol. Dejando a un lado su talento, que lo hay, luchan por corregir una y otra vez su vocabulario. Como han escuchado tantas palabras mal sonantes en sus “pachangas”, a los pobres se les han pegado por “simpatía”. Pero escupen y enjuagan la boca de vez en cuando. Son unos auténticos caballeros. Y debo decir que de un trato bastante amable. No hagan caso a las leyendas. Luego están al quite por si al cura se le escapa algo “improcedente”. Y como es humano, cuando ven un resquicio, entonces amenazan con la policía que más quieren y que nunca falla: “de esto ya informaré yo a mi abuela; ya verá cuando lo sepa”.
Luego estarían las “escandalosas”. Los quince años trabajan en ellas duramente. No sé de dónde sacan la energía, pero siempre que se juntan surge la chispa de la creatividad y la alegría contagiosa. Enseguida se ponen de acuerdo para cantar una canción, organizar un baile de salón o una coreografía. Son de risa fácil. Pero suelen resultar las más valientes y atrevidas para los planes difíciles. Un día quedaron en ensayarles unos cantos a los pequeñitos y allí estaban. Te recuerdan de vez en cuando sus méritos, por si alguien duda de su arrojo: “en Misa, estábamos todas arriba ayudando con los cantos”. Y ante tales afirmaciones uno sólo puede darles las gracias. Algunos de su edad no las comprenden. Otras las miran un poco por encima del hombro, pero ellas son auténticas. Sí, es una buena palabra. Inquietas y auténticas. Hace tiempo que me prometí no pronunciar en serio eso de “esta xuventude de hoxe…”
El grupito de 12 a 13 años ya es histórico. Se trata de los más filosóficos y filosóficas. Ya hemos hablado de cómo ayudaron en Navidad con el teatrillo de los pequeños. Creo que se sienten un poco raros y raras. No comprenden aún bien el mundo, ni lo que está pasando en sus propias “cabecitas” al dejar de ser “bebés” o simplemente niños. Uno les confiaría su vida a ellos antes que a otras personas mayores, porque su intención es siempre recta. Podrán equivocarse, por ignorancia, no porque te la vayan a jugar.
Los “chispas”. Parecidos a los protagonistas de aquel anuncio que había antes, por Navidad, cuando anunciaban la primera colonia que uno podía usar y que era recomendable pedirle a los Reyes Magos. Poseen tanta chispa por dentro (tal vez por eso les acompañen las espinillas), como por fuera. Esto hace que su incontinencia verbal sea antológica. Han de preguntarlo todo, exponer todos los casos que se les vienen a la memoria relacionados con el tema del que se está hablando y rebatir a alguna compañera que, entre cómplice y aparentemente contrariada, le dice desde la fila de atrás “ay, qué tonto eres” ( porque ser tonto es un peligro más de chico que de chica…). Si vienen con una bolsa de plástico, dentro puede haber un casco de moto, una lagartija o un megáfono para gritar por la acera lo que no pueden en casa. Es una terapia.
En medio de toda esta variedad me queda por describir a los “Silenciosos/as”. Son como unos nómadas que viven en medio de todas las tribus pero no terminan por encasillarse en ninguna. Decía un amigo mío que para conocerles un poco, había que dejarles crecer y esperar a que se tomasen una cervecita. Que así salía el “genio” que llevaban dentro. Porque en realidad no son tan silenciosos como tratan de hacernos creer. De hecho, suelen ser los que poseen un mundo interior más rico. Porque han domesticado un poco sus ruidos y sus silencios. Temen quedar mal delante de alguien de la familia o, para el caso, de quien les debe preparar para la Confirmación. Cuando logras que hablen un poco, no emiten sonidos como cualquiera: construyen auténtica poesía. Reconozco que a veces soy un poco cruel, porque cuando pido voluntarios o voluntarias para leer o responder a alguna pregunta. Consciente de que no les gusta destacar en público, paseo mi dedo “señalante” y “amenazante” por delante de sus rostros. Me encantan esas caras de palidez repentina o de susto tembloroso o de súplica interior: “no, por favor, por favor…. A mí no…”
Se me olvidaban “los chicos del coro”. La verdad es que de chicos ya tienen poco. Eso era antes. Ahora son talluditos y abuelitos. Me refiero a los señores mayores que se han acostumbrado, como las palomas y otras aves, a ver las cosas desde arriba. El coro de la Iglesia es su lugar preferido. Ya tienen allí delimitada su parcela cada uno y… ¡no se te ocurra invadirla! Algunos les llaman de modo injusto los “macáguntal”, porque les parece haber entendido esa palabra después de algún razonamiento tumbativo y pasional a la salida de la Iglesia. Yo les tengo por una gente de gran corazón, comprometidos hasta la médula, y que se pelearían por lo suyo y lo de la parroquia, hasta derramar su sangre si llegara el caso (Dios quiera que nunca se necesite ese extremo). Pueden informarte de todo lo que pasa en el lugar con gran precisión y objetividad. Ellos mismos procuran diferenciar la información de sus propios sentimientos personales. Y eso es de gran ayuda, porque uno no se siente obligado a cumplir sus consejos y los tiene más en cuenta. A veces descubren alguna gotera. Saben lo que pasa en el “faiado” hayan subido o no. Saben si hay ratones merodeando en los muebles de la sacristía. Si compensa aplicar un tratamiento para la polilla. En resumen, son unos veteranos.
Seguro que se me queda algún grupo. Es lo que tiene la casuística. Por supuesto ya se imaginan que no pretendo ponerle una etiqueta a nadie. No me gustan los “clichés”. Pero esa mirada me ayuda en mi trabajo. Pienso que así nos ve Dios. Con una mirada cariñosa. Como tribus distintas, pero que conforman una gran armonía. Como los diversos instrumentos de una gran orquesta. Cuando se coordinan bien para tocar, aquello es el sonido más impresionante del mundo. La octava maravilla. Así rezo por ellos. Así me enseña a rezar Dios: no por una manada, sino por personas concretas. Dios quiere llegar al corazón de cada uno. Al tuyo y al mío también. Para que lo disfrutes tú y los de tu tribu. Me encantaría que cada uno de nosotros nos encontrásemos con Él. Que pudiésemos descubrir cuánto nos quiere y cuánto ha esperado por nosotros. Pero eso no es cosa de “codos”. Es un regalo que Él prepara. No estaría mal que preparásemos la antena de nuestros receptores para sintonizar con su frecuencia. Nos encantaría.
Una vez más, Manuel, quedo admirado por las cualidades que adornan tu personalidad y le doy gracias a Dios por haberte llevado por esas tierras. En este artículo, por si no hubiese estado patente antes, se manifiesta nítidamante tu mirada limpia y tu corazón evangélico. Muchas gracias.
Que el Señor, que en ti inició la obra buena, él mismo la lleve a término.
Mayores cosas veremos