Siempre que llegan estas fechas, la morriña llama a mi puerta. No lo puedo evitar. He sido un hombre casero de pura cepa. Uno de esos niños trastes, pero que no son capaces de pasar sin la compañía de sus padres y su familia cuando llega esta época. Son mis primeras navidades “el almendro”. Como las de aquel anuncio en que se veía regresar a la hija mayor con toda discreción. O al hijo marinero que llegaba a casa y le tapaba los ojos a mamá, mientras sonaba la canción “vuelve, a casa vuelve…”
Debo haber crecido. Pero no permitiré que se muera el niño que hay en mí. Dios tampoco ha permitido que su Niño se nos olvide. A través de la Liturgia de la Iglesia celebra una y otra vez su cumpleaños. No se cansa de venir al mundo a redimirnos. Su vocación de Rescatador es para siempre.
En la parroquia he reflexionado sobre la Navidad. El propio día de la Nochebuena, Abelino, el electricista, mientras plegaba una escalera alemana muy tecnológica, lanzó al aire un comentario. Sus palabras fueron más electrizantes que la propia corriente que él trata de domesticar a diario: “para min, xa hai anos que non hai Navidades”. Luego me explicó que había perdido a una hija por estas fechas.
Los acontecimientos que suceden en la familia nos marcan profundamente. Imagino que si alguien de los tuyos se muere en días como estos, no podrás dejar de mirar su hueco en la silla de la cocina o bajo las sábanas de su antigua cama. Hay quienes, incluso, hacen un esfuerzo auditivo para escuchar la voz de quienes antes estaban vivos. La depresión es muy fuerte cuando descubren miles de ruidos a su alrededor, pero ninguno digno de su amor, como antes.
Lo dicho hasta aquí podría sumirnos en la desesperación y en una melancolía estéril. No quiero ser frío, sin sentimientos; pero es que la vida sigue. La familia no se pierde. Conviene fijarse en algunos aspectos: el primero es el de “quien tuvo, retuvo”. Este principio se refiere a que hemos sido hechos inmortales. Hemos tenido un principio, claro; pero Dios nos creó para no morir dos veces. El agente 007 lo diría de un modo parecido: “el mañana nunca muere”. Tus seres queridos no se esfuman como la “o” del humo de un cigarrillo. Por eso es tan importante que nos preocupemos de alcanzar la vida eterna. Ya ahora, cuando estamos juntos. Ellos y nosotros. Tenerla dentro.
El otro aspecto es “la familia y uno más”. La Iglesia es tu familia. Y también es la mía. Unos lazos más fuertes que la sangre, el linaje real o la tierra que nos vio nacer unen a los hijos de Dios. Nos hemos criado en la misma fe, nos dirigimos al mismo Papá, chapoteamos en el mismo Amor… Tenemos derecho a pedirle apoyo a nuestra maestra y madre Iglesia. No es perfecta, pero trabaja sin descanso por sacar adelante a sus hijos. Si hace falta no dormirá. Pedirá ayuda a uno de los hermanos o hermanas mayores y vendrán para estar contigo. No los desprecies. Son de los tuyos.
La tercera consideración debería titularse “se armó el Belén”. Paco Martínez Soria me hace recordar que “allí donde fueres, familia que pusieres”. Existen auténticos especialistas en dejar un rastro familiar por donde pasan. Esas personas que afirman: “Fulano es como de la familia”. Han conseguido contagiar su amor. Su clima de familia ha “engullido” a un nuevo miembro. Con lo difícil que se ha puesto la adopción, ellos adoptan con toda facilidad. Tampoco resto mérito a quienes se dejan adoptar. Son como aquellos niños huérfanos que duermen por primera vez en casa de sus nuevos padres. Y se sienten afortunados, pensando en lo bueno que es tener una familia de verdad.
Una de las mejores imágenes que guardan los archivos fotográficos de mi retina, consiste en el comedor de la casa de mis abuelos, abarrotado con toda la familia: hijos, nietos, tíos, primos… Hoy es imposible repetir la toma. Muchos faltan ya. Otros se han ido lejos a trabajar. Pero lo que vivimos juntos nos ha dado fuerza a todos. Para seguir poniendo un Belén, una postal. Para llamar por teléfono o, para conducir de noche hacia la cena. Y si uno se siente cristiano, para agradecer que Dios haya venido al mundo en una familia. Y para rezar por todos sus miembros, vivos o difuntos.
Una última consideración podríamos denominarla “el río de la vida”. Estos días ha podido verse una virtud muy grande en la parroquia. Un cuidado por los enfermos delicado y amoroso. Un hombre silencioso, pero profundo, sale de casa todos los días a las 8 de la tarde para estar con su padre. Le da la cena, lo acuesta, y habla un rato con su madre hasta que llega su hermana a casa. “Papá xa leva anos sen poder falar…”. Y en sus palabras se transmite un amor que desearía poder aumentar todavía más. Otra señora de ojos humedecidos, en Oroso, muestra orgullosa la cama donde duerme alguien cada noche junto a su madre. “Hai moito que xa lle puxeron a sonda para poder comer”, dice la hija. Ella sabe que sentirla cerca es muy importante, tanto o más que la sonda.
Podría citar muchos otros ejemplos de cuidados buenos de hijos a sus padres mayorcitos. A Juan le llamó mucho la atención una lectura que se proclamó en Misa el domingo de la Sagrada Familia; sobre todo la parte que decía “sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas”. Creo que se emocionó un poco al comprobar que, aunque su bisabuelo acababa de fallecer dos días antes, en su familia habían tratado de poner en práctica esa lectura del libro del Eclesiástico, con todo su cariño. Y me recordó que por el pueblo circula una imagen de la Sagrada Familia, de unos a otros, por las casas. Desde aquí le pedimos que nos bendiga a los de casa y que nos enseñe a amar.
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