Hoy me he divertido mucho. El patrón así lo ha propiciado. Teníamos contratado a D. Domingo, un “páter” castrense que presidió la Eucaristía. Sacerdote corpulento, donde los haya, se enfundó en una casulla-llavero que le asignaron. Muy digna, pero “mini”. Eso unido al peculiar estilo de este compañero para hacer llegar el mensaje a la gente, le hizo aún más legendario. Dirigió unas sabias palabras a los feligreses, para que el ejemplo de San Andrés nos animase a todos a permanecer fieles a Dios en la fe, durante toda nuestra vida, como jóvenes enamorados que nunca se cansar de mimar a su amor con detalles renovados.
Ya el señor José Ramón, más conocido como “el asturiano”, comenzó a crear ambiente: le faltaba un tornillo. No me refiero a que estuviese loco, sino a que necesitaba encontrar todos esos utensilios en espiral para sujetar al santo a su anda. Tras una escalada ejemplar y la colaboración militar e ingeniera de Jesús, San Andrés volvía a posar sus pies en la tierra. Una estampita con la oración del santo llegó también a la parroquia para lo importante: rezar y rezar, porque el amor comienza hablando.
Hubo procesión por fuera bajo unas minúsculas gotitas de agua, como purpurina del cielo, cohetes, megafonía ajustada por el Ricardo, que se trajo a alguien de la cadena COPE, para hacer un trabajo muy serio… y un coro que dejó todo mojado al terminar la celebración, pues se le caía la baba con los elogios que el predicador les dedicó.
Ese día hubo también dos protagonistas: dos señoras enfermas. Una de ellas, en camita, casi no le salían las palabras, porque las neuronas de su cerebro habían emprendido el largo viaje de la demencia senil. Pero en sus ojos brillaba aún la chispa del amor. Su hija la cuidaba y le hablaba al oído. Ella la entendía por una conexión casi mágica. La otra se despertó poco a poco. Tenía la cabeza apoyada en la mesa de la cocina y su respiración, lenta, no le impedía ocultar la emoción. Comulgó. Sabía lo que hacía. Conocía perfectamente que esa era la parte más importante de la visita. Y luego conversó conmigo con una alegría, que el privilegiado acabó siendo un servidor.
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