Pero llegó la hora. La parroquia es otro mundo. Dicen de ella que es el “hábitat natural” de un cura. Me dispongo pues a esta nueva misión. Llego ilusionado porque Dios está detrás de todos estos planes. Y eso me hace confiar. Me gustaría derrochar en las tierras de Oroso y de Barciela mucha “energía sacerdotal”. Sobre todo, trataré de descubrir qué quiere Dios de cada uno de nosotros. Se lo preguntaré muchas veces. Se lo pediré con insistencia ( llevamos juntos varios años…). Sus propuestas valen la pena.
No piensen que he venido a traer inventos avanzadísimos como, por ejemplo, seguir la Misa cabeza abajo, para que el cerebro tenga más riego. O soluciones mágicas del tipo “el párroco bailará a las 5.30 de la madrugada en un arcén de la carretera de Grabanxa”; pueden sonar “guay”, como si fuesen a atraer a miles de jóvenes. Creo que Jesucristo tiene su propio estilo, pero el estilo del Señor es el de un caballero con clase.
A estas alturas deben pensar del nuevo cura que es un “chulito” o, simplemente, que es un poco vago. Son ustedes libres. Lo que quería decir es que no he inventado nada. Que antes de mí, hubo muchos colaboradores de Cristo, que llegaron a estas tierras para hacer la Iglesia. Y no me refiero sólo al edificio, sino a quienes seguimos al Maestro y tratamos de vivir con Él en nuestras vidas. Me ha tocado continuar este encargo por el tiempo que esté grabado en las estrellas.
Y habrá que luchar, como bregaban en la barca los marineros que escogió Jesús, hasta encontrar la pesca. Y será preciso salir de las catacumbas, no para que nos vean lucir el cutis o el vestido nuevo, sino porque tenemos el mensaje más grande y bueno del mundo, que alegra nuestras casas.
Cuando uno representa algo tan importante, tiene miedo. Tal vez porque sabe que no estará nunca a la altura de la misión que le han encargado. Debe ser eso lo que siento estos días por dentro. Pero sé que Dios nos ayudará. No es que lo desee; se trata de que Él nunca ha faltado a sus promesas. Esa es nuestra seguridad. Pero echadme una mano. Sed comprensivos. Hacedme sudar para que podamos llegar a mucha gente.
¿Por qué? Un sacerdote nunca debe hacer política. Por eso no se dedica tampoco a recoger votos. Pero si los jóvenes se acercasen a Cristo, Él les cambiaría. Si los enfermos recibiesen la visita del Señor, no hallarían mayor consuelo. Si Jesús eliminase los pecados que pudren nuestra conciencia, encontraríamos por fin esa paz que tanto deseamos. En los sagrarios de Oroso y Barciela se esconde Quien ama sin condiciones.
“Con vosotros soy cristiano. Para vosotros, soy sacerdote.” Así hubiese resumido San Agustín, mi destino entre vosotros. Escribirlo es más fácil que vivirlo. Aunque vivir el sacerdocio con pasión, es mucho más interesante. Rezad por mí, pues necesito la fuerza de lo alto para mantener encendida la luz de la fe en estas tierras.
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