Veo desde la distancia que la fiesta de Santa Eufemia sigue teniendo muchos devotos en la parroquia. La Voz de Galicia habla de mil quinientas personas. ¡Que ya es gente! Desde hace mucho tiempo contemplo la religiosidad popular como algo curioso. Desde el punto de vista cristiano el culto a los santos ocupa un lugar secundario, en la medida que es a Cristo a quien seguimos. Sólo tiene sentido venerar a un santo, una persona que destacó durante su vida por su vivencia de la fe, porque vemos en él a Cristo resucitado, vemos en ella que es posible ser discípulos auténticos del Señor (cf. Lumen Gentium 40). En ese sentido vemos en ellos de manera particular las pisadas del Nazareno cruzándose en nuestro camino peregrinante por este suelo.
Sin embargo, todavía pervive entre gran parte de la gente (y no sólo gente del campo) una imagen milagrera de los santos. No juzgo sus intenciones y no cuestiono la posibilidad de los milagros. Sólo me sorprende la aceptación ingenua de tales postulados. Entiéndaseme bien: no me parece mal la celebración de este tipo de fiestas. Sencillamente digo que un cristiano debería profundizar en su fe con el fin de que ésta sea algo sólido y propio, no heredado, no llevado por la inercia histórica, al vaivén de las modas o circunstancias del momento. El cristiano debe exigirse algo más.
A mí me parecería más interesante intentar conocer algo relevante de su vida (soy consciente que de esta época, siglo III, a veces sólo tenemos leyendas) para averiguar cómo transparentó el Evangelio a las personas que tenía a su lado, qué valores guiaron sus decisiones, cuáles eran las motivaciones de su obrar. Quiza esta forma de aproximarse a ella sirva de inspiración y de esperanza para nosotros, nos ofrezca una orientación saludable.
Ser cristiano hoy no es imposible. Hubo tiempos muy difíciles para otros seguidores del Maestro. Y supieron salir adelante en su fe. Santa Eufemia, la que habla bien, puede animar, dar fuerzas e impulsar nuestra respuesta a Dios cada día.
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